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El Colesterol: “Le llamaban ‘el asesino implacable’. Tengo 67 años y la primera vez que oí hablar del colesterol, por la década de los ochenta, más o menos, fue con ese apodo. Hasta entonces los de mi generación no sabíamos ni que existía. Y de repente, apareció en nuestras vidas como el gran culpable de todas las enfermedades del corazón. Y si no sabíamos quién era, mucho menos lo que hacía realmente.
Durante aquella primera etapa los medios de comunicación, sobre todo los telediarios y los anuncios de publicidad, se encargaron de explicarnos todo sobre el colesterol. Recuerdo aquel de un atasco de coches que taponaba la carretera representando cómo el colesterol se acumulaba en las arterias hasta obstruirlas. Y por si fuera poco, nuestro médico de cabecera certificaba toda esa información y nos avisaba de los peligros de tener el colesterol alto. La conclusión era que había que cuidarse y sacar de la dieta las grasas que lo subían.
Pasaron unos años y de repente el colesterol se desdobló en dos: el bueno y el malo. De un día para otro ya no sólo era el asesino devastador que nos pintaban, sino que también tenía una versión buena y saludable. Así que había que tomar mucho del bueno y desterrar el malo. De nuevo nos vimos obligados a cambiar el menú hacia donde nos dirigían los médicos y las campañas informativas.
Así que me he pasado el último tercio de mi vida, como quien dice, preocupado por el colesterol, por lo que he comido y por lo que salía en los análisis.
Y ahora me entero que el colesterol en sangre no tiene relación con el colesterol alimenticio. Que como se sintetiza en el hígado, los alimentos bajos en colesterol no tienen ningún efecto sobre sus niveles en la sangre, y sí otras sustancias. O sea, que el colesterol no tiene incidencia en la salud cardiovascular.
Y para colmo, también resulta que el principal medicamento recetado para bajar el colesterol, las estatinas, están plagadas de efectos secundarios muy peligrosos. Afortunadamente nunca las llegué a tomar, aunque mucha gente sí lo ha hecho.
Quiero pensar que no ha habido mala fe ni intereses ocultos, y sólo desconocimiento y falta de rigor. Pero me cuesta. Y desde luego cuando recuerdo todo lo que me han dicho sobre el colesterol, la cara de tonto que se te queda no te la quita nadie”.
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